La primera vez que vi La lista de Schindler tenía 8 años.
Me angustió tanto, que en la noche me acosté pensando en donde nos esconderíamos en caso de que los Nazis llegaran a Chile. Como en la película toda la gente generaba escondites en sus casas y de todas formas los encontraban, se me ocurrió que una buena idea era hacer un hoyo bajo el árbol, que en ese tiempo teníamos en el patio, y meternos ahí.
La idea me reconfortó tanto que dormí profundamente, pues, en caso de que mi delirio infantil se concretara, ya tenía el plan que salvaría a mi familia del holocausto.
No se lo conté a nadie y por mucho tiempo antes de dormir repasé el plan en mi cabeza. Incluso, se me ocurrieron lugares más seguros en donde no seríamos hallados jamás por los del régimen.
Con el tiempo, con la escuela, con la vida, entendí que los Nazis no iban a venir y que si mi papá me hubiese dicho que lo que veíamos era la recreación de un hecho histórico que no tenía lugar en el espacio/tiempo en el que vivíamos, me hubiese ahorrado toda esa ansiedad, toda esa aflicción.
Quizás hasta me hubiese preocupado de las cosas de las que se preocupan los niños a esa edad, quizás hubiese jugado más y hasta hubiese aprendido a saltar la cuerda.
Pero no se puede alterar el pasado.
Eso también lo aprendí cuando con pesar empecé a distinguir entre realidad y ficción.
domingo, 25 de septiembre de 2016
domingo, 7 de agosto de 2016
Tragedia moderna
Los domingos a esta hora una se pone emo y se cuestiona cosas como si ser o no ser, porque ¿qué es la vida sino un constante ser o no ser? Yo con frecuencia prefiero no ser y los lunes no soy sino hasta como las 8 p.m. Después sigo siendo a medias, hasta el viernes. Los viernes soy, o era. Ahora como que no tengo claro nada.
jueves, 4 de junio de 2015
El plazo
Tenía 24 horas para re
-elaborarme
-estructurarme
-pensarme
De esas 24 he pasado, al menos, 10 durmiendo. "Soy un fiasco", pienso, luego re-medito, y siento que en ese primitivo acto está la re-spuesta:
Dormir, despertar y que ya sea febrero.
Dormir y despertar 5 años después siendo otra persona.
Dormir y morir.
Dormir, morir y re-vivir.
Dormir, morir, re-vivir y re-morir.
-elaborarme
-estructurarme
-pensarme
De esas 24 he pasado, al menos, 10 durmiendo. "Soy un fiasco", pienso, luego re-medito, y siento que en ese primitivo acto está la re-spuesta:
Dormir, despertar y que ya sea febrero.
Dormir y despertar 5 años después siendo otra persona.
Dormir y morir.
Dormir, morir y re-vivir.
Dormir, morir, re-vivir y re-morir.
sábado, 22 de noviembre de 2014
sábado, 5 de julio de 2014
¿Quién soy?
A veces soy Yulissa, otras
Yuyunis y en el mejor de los casos Yubitza; una vez fui Judith e incluso he llegado a ser
Clarissa. Todo depende de qué tan aguzado tenga el oído quien pregunte por mi
nombre, pues, solo llego
a ser Yubinza con el tiempo, cuando me conocen, cuando deletreo con pesar cada
una de las letras que componen aquel sello yugoslavo que me ha traído tantos percances
durante mi vida. Y lo cierto es que de
yugoslava no tengo nada. Lo que sí tengo, y mucho, es metal en mis dientes, una
estatura que no supera el metro sesenta y
veintiún otoños como este, de sol intermitente y de frío constante.
Me gusta dibujar a medias, escribir a medias y
tocar instrumentos a medias.
Soy todos mis “a
medias”: lo que dejo inconcluso y los proyectos que no empiezo.
Soy mis jaquecas y dolores hormonales.
Soy la del nombre raro,
que escucha música rara y se viste raro.
Yubinza
Urrutia Cayupi es el trabalenguas con el que mis padres me bautizaron, mezcla
española, mapuche y sólo en teoría, yugoslava. A veces me pregunto si mi
vida sería más sencilla si solo me llamara María, pero luego pienso en el reconocimiento y distinción involuntaria
con los que me ha tocado convivir y eso
me consuela: saber que si alguien grita mi nombre en el metro, solo yo me daré
vuelta a mirar.
--
Ps1: Esto lo escribí en composición literaria, lo más probable que el año 2011.
Ps2: No recordaba haber escrito esto, aunque últimamente no recuerdo muchas cosas.
jueves, 26 de junio de 2014
(1935-1996)
El bus se devolvió por Lautaro. Se metió por calles estrechas, atravesó plazas, adelantó abuelas y acompañó a los jóvenes que atiborraban la botillería para comprar el copete del día viernes. Bajó el puente y por entre los empañados vidrios dejó ver una larga hilera de coloridos murales que, paradójicamente, exhibían frases con tono melancólico. Al terminar se leía que aquello estaba dedicado al poeta Jorge Teillier, porque ahí había nacido, que esa era su cuna.
Intenté retener un verso hermoso que hablaba del pueblo, pero el viaje era largo y el sueño me venció entrando a Chillán.
Dos semanas después fui a la feria del libro y compré su antología; no encontré el poema, pero sí a él.
sábado, 7 de junio de 2014
Burocracia
Después de que en Informaciones me enviaran al módulo 2 y del módulo 2 a Informaciones, un indiferente secretario me indicó que ahora debía dirigirme al último módulo, al 16. Ahí me atendió un señor que conversaba por teléfono, me invitó a tomar asiento y a esperar mientras terminaba de solucionar un asunto. Para entretenerme me puse a observar detenidamente su cubículo, el cual había adornado con frases motivacionales escritas en pequeñas hojas de block decoradas con lentejuelas.
Entre los diez mandamientos para ser feliz y el típico proverbio hindú sobre las palabras y el silencio, había un extracto de un poema de Rilke que me llamó la atención, no lo recuerdo con claridad, pero hacía alusión a la idea de no querer morir. Mientras lo leía y releía pensé en que si realmente había sido ese caballero el que había escrito esos textos, y si era así, cuál habría sido su intención.
Estando en eso, el viejito excusándose por no haberme atendido antes, me pidió mi nombre y rut para concretar, luego de 5 días, el trámite que había empezado el lunes. Buscó mis papeles y me pidió los leyese por si había algún error; una vez timbrados me explicó que la autorización solo era válida por tres años en el mismo colegio. Le di las gracias y me fui.
Cuando ya había salido del edificio me empezaron unos cólicos que atribuí al relajo de haber terminado todo, sin embargo se incrementaron a medida que caminaba. Ya en la micro, y con el dolor a cuestas, pensé en que definitivamente había sido ese viejito el que había escrito esas frases en los block y simultáneamente imaginé a Rilke escribiendo sin saber que sus poemas terminarían colgados en una oficina de la Secretaria Ministerial de Educación de Chile. Probablemente Rilke tampoco supo lo que es caminar por toda una ciudad buscando partes de una organización que funcionaría perfecto en una sola instalación, y a lo mejor por eso se le hacía tan fácil vivir ¡qué iba saber Rilke de ampollas en los pies y de dolor de guata en un espacio hostil! Seguramente el poeta no sabía de estas cosas, pero el caballero de la Secretaria, sí, y ahí en ese pequeño espacio que le habían delegado, adornado con sus trozos de papel, intentaba simplemente ser amable.
Entre los diez mandamientos para ser feliz y el típico proverbio hindú sobre las palabras y el silencio, había un extracto de un poema de Rilke que me llamó la atención, no lo recuerdo con claridad, pero hacía alusión a la idea de no querer morir. Mientras lo leía y releía pensé en que si realmente había sido ese caballero el que había escrito esos textos, y si era así, cuál habría sido su intención.
Estando en eso, el viejito excusándose por no haberme atendido antes, me pidió mi nombre y rut para concretar, luego de 5 días, el trámite que había empezado el lunes. Buscó mis papeles y me pidió los leyese por si había algún error; una vez timbrados me explicó que la autorización solo era válida por tres años en el mismo colegio. Le di las gracias y me fui.
Cuando ya había salido del edificio me empezaron unos cólicos que atribuí al relajo de haber terminado todo, sin embargo se incrementaron a medida que caminaba. Ya en la micro, y con el dolor a cuestas, pensé en que definitivamente había sido ese viejito el que había escrito esas frases en los block y simultáneamente imaginé a Rilke escribiendo sin saber que sus poemas terminarían colgados en una oficina de la Secretaria Ministerial de Educación de Chile. Probablemente Rilke tampoco supo lo que es caminar por toda una ciudad buscando partes de una organización que funcionaría perfecto en una sola instalación, y a lo mejor por eso se le hacía tan fácil vivir ¡qué iba saber Rilke de ampollas en los pies y de dolor de guata en un espacio hostil! Seguramente el poeta no sabía de estas cosas, pero el caballero de la Secretaria, sí, y ahí en ese pequeño espacio que le habían delegado, adornado con sus trozos de papel, intentaba simplemente ser amable.
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