Después de que en Informaciones me enviaran al módulo 2 y del módulo 2 a Informaciones, un indiferente secretario me indicó que ahora debía dirigirme al último módulo, al 16. Ahí me atendió un señor que conversaba por teléfono, me invitó a tomar asiento y a esperar mientras terminaba de solucionar un asunto. Para entretenerme me puse a observar detenidamente su cubículo, el cual había adornado con frases motivacionales escritas en pequeñas hojas de block decoradas con lentejuelas.
Entre los diez mandamientos para ser feliz y el típico proverbio hindú sobre las palabras y el silencio, había un extracto de un poema de Rilke que me llamó la atención, no lo recuerdo con claridad, pero hacía alusión a la idea de no querer morir. Mientras lo leía y releía pensé en que si realmente había sido ese caballero el que había escrito esos textos, y si era así, cuál habría sido su intención.
Estando en eso, el viejito excusándose por no haberme atendido antes, me pidió mi nombre y rut para concretar, luego de 5 días, el trámite que había empezado el lunes. Buscó mis papeles y me pidió los leyese por si había algún error; una vez timbrados me explicó que la autorización solo era válida por tres años en el mismo colegio. Le di las gracias y me fui.
Cuando ya había salido del edificio me empezaron unos cólicos que atribuí al relajo de haber terminado todo, sin embargo se incrementaron a medida que caminaba. Ya en la micro, y con el dolor a cuestas, pensé en que definitivamente había sido ese viejito el que había escrito esas frases en los block y simultáneamente imaginé a Rilke escribiendo sin saber que sus poemas terminarían colgados en una oficina de la Secretaria Ministerial de Educación de Chile. Probablemente Rilke tampoco supo lo que es caminar por toda una ciudad buscando partes de una organización que funcionaría perfecto en una sola instalación, y a lo mejor por eso se le hacía tan fácil vivir ¡qué iba saber Rilke de ampollas en los pies y de dolor de guata en un espacio hostil! Seguramente el poeta no sabía de estas cosas, pero el caballero de la Secretaria, sí, y ahí en ese pequeño espacio que le habían delegado, adornado con sus trozos de papel, intentaba simplemente ser amable.
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