El bus se devolvió por Lautaro. Se metió por calles estrechas, atravesó plazas, adelantó abuelas y acompañó a los jóvenes que atiborraban la botillería para comprar el copete del día viernes. Bajó el puente y por entre los empañados vidrios dejó ver una larga hilera de coloridos murales que, paradójicamente, exhibían frases con tono melancólico. Al terminar se leía que aquello estaba dedicado al poeta Jorge Teillier, porque ahí había nacido, que esa era su cuna.
Intenté retener un verso hermoso que hablaba del pueblo, pero el viaje era largo y el sueño me venció entrando a Chillán.
Dos semanas después fui a la feria del libro y compré su antología; no encontré el poema, pero sí a él.
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