viernes, 1 de noviembre de 2013
Ansiedad de un sábado por la tarde: breve narración de una escena cualquiera entre un perro y su humano
La Sandita me mira ansiosa, pero no con esa ansiedad mía, con esa
ansiedad humana, enferma , sino con esa ansiedad que hace referencia
solo al concepto básico, al que todos recurrimos cuando nos sentimos
expectantes frente a un evento y que, por lo tanto, desde nuestra
humanidad, también es atribuible a un perro, a un gato o a un marciano.
La Sandita, mi perra, ansiosa, me mira, porque quiere que yo entienda
lo que quiere decir, con esa mirada, con ese lenguaje no-humano que
carece de palabras, con el que no habla pero sí expresa; o acaso sí lo
hace y también habla, como también piensa, siente y cree, cree que se
irá al cielo conmigo, con nosotros, los humanos, que hemos inventado a
este Dios para que todo aquel que en él crea no se pierda mas tenga vida eterna (amén).
La Sandita me mira, sí, lo hace, y está ansiosa porque me mueve la cola y
empieza gemir porque ya ha pasado mucho rato y yo no logro entender lo
que quiere y me frunce el ceño aunque no tenga cejas y me muestra los dientes
mientras empieza a dar pequeños golpes con sus patas delanteras y a
girar en círculos porque yo le pregunto qué es lo que quiere y no, no le
entiendo. Porque soy yo la inepta, porque soy yo la incompetente, porque
no es ella la que no sabe hablar humano, soy yo la que no sé hablar
perro y no sé leerla, no sé leer su ceño fruncido, no sé leer su boca
entreabierta. La Sandita me mira ansiosa porque sabe que no la entiendo,
lanza un último alarido y se sube de un salto a mi cama, camina hacia a
la pared y saca un pedazo de pan duro que estaba escondido
entre las sábanas, lo toma entre sus dos patas y comienza a roerlo con
fruición.
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